Desde que sabemos que viene un bebé en camino o desde que vemos la primera ecografía, empezamos a preguntarnos si se parecerá a nosotros. ¿Tendrá los ojos de papá y la nariz de mamá?
Es muy común imaginarse su carita con unos ojos parecidos a los de papá o con el cabello de mamá. Pero lo cierto es que debido a múltiples combinaciones de ADN que pueden tener lugar en el momento de la fecundación, el azar puede jugar a su antojo.
El color del cabello, los ojos, la piel, sus rasgos e incluso su inteligencia y su carácter dependerán de la aportación genética de los padres.
La teoría parece bastante sencilla: un óvulo y un espermatozoide se juntan, las células se dividen y se multiplican formando un pequeño ser humano. Pero cuando el óvulo y el espermatozoide se encuentran, entran en juego 30.000 genes de cada uno de los progenitores, agrupados en 46 cromosomas. Y el número de combinaciones que pueden darse es infinito.
A modo de ejemplo: una sola pareja podría tener 70 billones de bebés diferentes; y es que cada célula de un ser humano posee 80.000 genes distintos.
Si un bebé hereda los ojos verdes de la madre o los ojos color miel del padre o la tendencia a la obesidad, no depende de un solo gen sino de la combinación de muchas secciones de genes.
Existen genes dominantes pero no definidos. Por ejemplo, si el papá tiene ojos marrones y la mamá tiene los ojos azules, el bebé tiene una probabilidad mucho más alta de que los suyos sean marrones puesto que el gen dominante para el color de ojos es el marrón.
Por tanto, no sólo el color de los ojos, del cabello, de la piel o de su carita, sino que incluso su inteligencia y todo el perfil genético del pequeño, depende de los cromosomas X e Y, que aportan los padres y que además de determinar el sexo del bebé, contienen la mayor parte de la información genética de un individuo.
No obstante, los abuelos (y los antepasados en general) también tienen un papel primordial, ya que han contribuido a la información del perfil genético de sus hijos y descendientes.
El azar de la fecundación
El conjunto de todos esos genes conforman nuestro patrimonio hereditario, nuestro mapa genético, de modo que el color de su piel, la forma de sus manos y pies, su inteligencia, temperamento e incluso la tendencia a desarrollar ciertas enfermedades, es el primer “regalo” que los padres ofrecemos a nuestros pequeños y es fruto de la historia evolutiva de las generaciones que lo precedieron.
Y esto es lo que precisamente nos hace únicos y distintos incluso de nuestros propios hermanos, aunque tengamos con ellos características en común. Por eso, no puede haber dos personas genéticamente idénticas, a no ser que fueran gemelos homocigóticos.